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¿Qué esconde el evangelio de Juan?

El sacerdote que no entró #

Que el creyente vive cambios a lo largo de su vida y desarrollo espiritual no es ninguna novedad. De hecho todos sabemos que cuando comenzamos veíamos el mundo, las cosas, nuestra realidad, nuestro pasado, de una forma distinta a la cual se los percibe con el paso de los años. A veces pasando de una fe casi infantil, deslumbrados por la nueva realidad espiritual que hemos descubierto, pretendiendo llegar a todo el mundo, convirtiendo gente en el ómnibus, el colegio, el trabajo. Es normal que luego de este momento inicial nuestra actividad ingrese en una especie de meseta donde “maduramos” en la fe. Y a veces se cesa en el activismo evangelizador para arreglar cosas personales que requieren atención.
Todos estos son pasos, estadios personales normales en todo creyente. Pero lo que nunca debe cesar es esa pasión por las Escrituras que caracteriza los primeros tiempos, unida a la oración. Lectura y oración deben ser permanentes en el día a día del hijo de Dios. Porque ellas constituyen el alimento espiritual imprescindible para poder seguir caminando.
Es mi intención que aquellos que se acercan a estos escritos recuperen la pasión inicial, sintiendo que las Sagradas Escrituras les hablan como en los primeros tiempos. Ese deslumbrarse ante algo que estaba ahí y antes no me había dado cuenta.
Quiero por un instante que veamos lo siguiente. Cuando se lee acerca de la porción semanal llamada Emor en hebreo transliterado, Levítico 21:1 al 24:23, existe una constante a hablar acerca de si los hombres se pueden afeitar o cortar sus barbas. Se discute acerca de si es un pecado o no. Ya se ha escrito demasiado sobre eso, hay otras cuestiones hermosas que el creyente puede aprender de estos pasajes. Quédese tranquilo nadie se va al infierno por ir a la barbería.
Veamos algo que para muchos será nuevo, Levítico 21:1
“YHWH dijo a Moisés: Habla a los sacerdotes hijos de Aarón, y diles que no se contaminen por un muerto en sus pueblos.”
Este sencillo versículo nos da un mandamiento específico para los sacerdotes, por lo cual podemos entender que todo sacerdote lo tendría presente de forma tal que su servicio en las actividades del Templo no se viese interrumpido o perjudicado. Por otro lado este se completa con el siguiente texto del libro de Números, 19:14
“Esta es la ley para cuando alguno muera en la tienda: cualquiera que entre en la tienda, y todo el que esté en ella, será inmundo siete días.”
De la inteligencia de ambos versículos podemos aprender que una persona se impurificaba, se contaminaba  con alguien que había muerto. Lo cual podía ocurrir inclusive por ingresar en un lugar donde se hallase el cadáver de una persona.
Este texto del mal llamado antiguo testamento, nos sirve para entender por supuesto las costumbres que los sacerdotes debían observar también en tiempos de Yeshúa. ¿Habrá algún texto donde alguien se abstiene de ingresar en un recinto donde se halle supuestamente un cadáver?
Por supuesto, veamos los siguientes pasajes que no tienen desperdicio, Juan 20: 1 al 5
“1 El primer día de la semana, María Magdalena fue de mañana, siendo aún oscuro, al sepulcro; y vio quitada la piedra del sepulcro. 2 Entonces corrió, y fue a Simón Pedro y al otro discípulo, aquel al que amaba Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto. 3 Y salieron Pedro y el otro discípulo, y fueron al sepulcro. 4 Corrían los dos juntos; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al sepulcro. 5 Y bajándose a mirar, vio los lienzos puestos allí, pero no entró.”
Por el propio texto sabemos que es el discípulo amado quien no entró en el lugar donde antes estaba el cadáver del Maestro. Cualquier persona que ha leído el evangelio de Juan puede advertir que es diferente al resto. Así como los tres primeros evangelios son similares, por lo cual son llamados sinópticos, el de Juan tiene contenidos de una naturaleza distinta.
Es diferente porque fue escrito por un sacerdote. Sí, el escritor, evangelista, apóstol y discípulo directo de Yeshúa fue nada más y nada menos que un sacerdote.

El conocer parte de la realidad de este hombre nos permitirá comprender mejor el tenor de su evangelio. Nos permitirá acercarnos de una forma antes ignorada a su forma de ver la vida entre los hombres de Nuestro Salvador, pues lo haremos con los ojos de un Sacerdote del Dios Altísimo.

Misericordia aun con sus captores #

 
Debo comenzar con una pequeña reflexión acerca de algo que vivimos en estos tiempos, pero para hacerlo antes debo viajar algunas décadas atrás.
Sé que en estos tiempos hay muchas personas que se han acercado a las raíces de la Fe y descubren día a día muchas riquezas, muchos tesoros en las Escrituras. Asimismo hoy sobreabunda el conocimiento, aunque también abundan los improvisados que leen dos o tres cosas aisladas en internet y se consideran aptos para ser los nuevos maestros de la cristiandad.
Pero en mi viaje mental décadas atrás quiero rememorar algo que nos unía a los que nos iniciábamos en este camino, el deseo de aprender cada día más para poder reconocer a Nuestro Salvador en la Biblia. Nos maravillábamos de encontrar respuestas a pasajes que habíamos leído decenas de veces, pero que a la luz de una nueva visión de las Escrituras, se nos presentaban en toda su riqueza. Quiero querido lector que retenga lo siguiente: toda lectura que no tenga por fin honrar al Mesías de Israel, todo estudio que no apunte a que usted se afiance en su devoción a Yeshúa, es vana palabrería. Es juntar palabras para que algún malviviente se enriquezca o se envanezca.
Bajo esta mira es que podremos descubrir aquellos misterios y tesoros escondidos durante siglos y que ahora salen a la luz.
Uno de los textos interesantes que nos muestran el carácter del Señor se encuentra relacionado con versículos del libro de Levítico. Veamos el siguiente, Levítico 21:17-18
“Habla a Aarón y dile: Ninguno de tus descendientes por sus generaciones, que tenga algún defecto, se acercará para ofrecer el pan de su Dios. Porque ningún varón en el cual haya defecto se acercará; varón ciego, o cojo, o mutilado, o deformado,…”
El texto de este libro de la Toráh es más que claro. Ningún hombre que desease ser sacerdote, servir en las cosas santas de Dios podría hacerlo teniendo defectos físicos. Estos constituían un impedimento para servir la Mesa del Señor.
Algo más deseo agregar con respecto a ese texto de Levítico que solamente puede apreciarse cuando se lo lee en el idioma griego de la Septuaginta. En esa Santa versión al final del versículo 18 se puede leer la siguiente frase en griego “η ωτότμητος” (je otótmetos), lo cual podemos traducir como “orejas mutiladas”.
He titulado este escrito “misericordia aun con sus captores” ¿Y cómo esta sección de Levítico muestra la misericordia de Yeshúa?
En el Nuevo Testamento, al momento del arresto del Señor, leemos
Juan 18:10 “Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco.”
Lucas 22:51 “Entonces respondiendo Yeshúa, dijo: Basta ya; dejad. Y tocando su oreja, le sanó.”
Los evangelios relatan este episodio el cual tuvo por actores principales a Pedro y a Malco, el siervo del Sumo Sacerdote. Este último no era solamente un mayordomo o un criado como podemos llegar a pensar. El hecho de que solamente Juan mencione el nombre, a diferencia de los otros evangelistas, se explica por el conocimiento que Juan, como miembro también del sacerdocio, tenía de este hombre.
Como podemos ver Nuestro Salvador tuvo misericordia de este hombre que, en el afán de servir a quien consideraba el líder espiritual de Israel, habría perdido todo por lo que trabajó toda su vida.

No conocemos el resto de la vida de este hombre, pero quizás podemos aventurar que en algún tiempo de su vida supo reconocer a Aquel que tuvo misericordia con él, en ese momento aciago de su vida.

A la casa entran los conocidos #

 

Puesto que en estos estudios he venido compartiendo aspectos concernientes a la Toráh y cómo ello se ve reflejado en uno de los discípulos de Yeshúa. No puedo cerrar esta serie sin otra muestra más acerca de la identidad sacerdotal de este hombre de Dios.
Seguramente haya leído más de una vez el evangelio y luego de estos escritos ha visto que la información estaba ahí, sólo que era necesario verla con otros anteojos.
Pues bien, casi al final de la actuación en Jerusalén de Nuestro Mesías, se da una situación que nos ilustra algo más. Pero para poder entender la profundidad de la información contenida debemos por un instante usar la imaginación para entender lo que leemos.
Veamos lo que nos dice Juan 18: 12 al 14
“Entonces la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron, y le llevaron primeramente a Anás; porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año. Era Caifás el que había dado el consejo a los judíos, de que convenía que un solo hombre muriese por el pueblo.”
El primer lugar al que es llevado Yeshúa, como prisionero de algunos de los judíos que no habían creído en él y se complotaron en su contra, es la casa de uno de los poderosos de Israel. Poderoso económica y políticamente, parte de esa mezcla familiar corrupta que componía el poder en tiempos bíblicos. Entiéndase bien, no es la casa de cualquier campesino o hijo de vecino. Es la de un magnate de esos días. Con guardia privada, con sirvientes, con protección romana. Y todo ese poder sencillamente surgía de la vinculación económica y religiosa de la clase sacerdotal. Por lo cual podemos entender que el ingreso a la propiedad estaba restringido a un grupo selecto de personas, aquellos vinculados a sus tareas sacerdotales o políticas.
Pero puede el lector preguntarse ¿Por qué hice hincapié en estas cuestiones? Por lo que los pasajes que a continuación transcribo nos dice mucho, Juan 18:15-16
“Y seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Y este discípulo era conocido del sumo sacerdote, y entró con Jesús al patio del sumo sacerdote; mas Pedro estaba fuera, a la puerta. Salió, pues, el discípulo que era conocido del sumo sacerdote, y habló a la portera, e hizo entrar a Pedro.”
¿Se da cuenta? El discípulo que había llegado con Pedro no era cualquier persona. Era un “conocido” del Sumo Sacerdote. Quizás en nuestro idioma esa palabra que he colocado entre comillas no tenga la fuerza que en el original griego tiene. Pues la palabra empleada, γνωστός (guinostós) cuando se refiere a una persona, expresa a quien se conoce de primera mano, o sea con quien se tiene una relación más fuerte que el simple saber quién es.
El llamado evangelio de Juan contiene muchos elementos que muestran que fue escrito por un discípulo con conocimientos especiales o diferentes al resto de los seguidores de Yeshúa.
Ya hemos visto que el hecho de que el discípulo no ingresase en la tumba indicaba su posible situación de sacerdote. Luego su relato de lo ocurrido con el  siervo Malco indicó que las personas vinculadas al sacerdocio no le eran ajenas. Y hoy vemos asimismo al discípulo haciendo ingresar a Pedro en la casa del suegro del Sumo Sacerdote.
Son estas que podríamos llamar tres pruebas indiciarias. Que nos dan indicios acerca de la profesión del personaje.
En escritos siguientes veremos reafirmado esto no ya a partir de los indicios de su vida o comportamiento, sino del contenido doctrinal del evangelio.
Ricardo.

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