Dentro de los distintos temas que encontramos en la primera carta de Juan, uno de ellos es a la vez el más trágico y el que demuestra con pasión el amor de YHWH para con el hombre.
Me refiero al pecado. Esto es, a la infracción de la voluntad de YHWH practicada por el ser humano.
¡Qué abismo tremendo! ¡Qué separación infranqueable por sus criaturas crea la transgresión!
El pecado extiende sus consecuencias no tan solo al tiempo de vida del pecador, sino que en ocasiones, prolonga sus efectos cientos de años adelante. Alcanzando en sus resultados a descendientes de aquel pecador original. Basta recordar lo que en las diez palabras se nos dijo: “…visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen,…”. Lo cual solamente podemos decir que es una tragedia vivida por toda la humanidad. Vidas que no alcanzan su potencial ni plenitud y cuyos orígenes de frustración se encuentran en un pasado quizás tan alejado que ni siquiera se conoce el nombre de su iniciador. Alguien podría pensar equivocadamente “qué dios injusto que trae mal sobre personas inocentes por lo que hicieron sus antepasados”. Sin embargo ello tiene explicaciones y respuestas.
En primer lugar que el pecador tuvo el aviso acerca de que lo que haría generaría consecuencias. Pero también, y quizás lo más importante, es que la cadena puede cortarse. Que los eslabones que enlazan lo que alguien en cierta ocasión hizo y que puede generar consecuencias en nuestras vidas, pueden no solamente romperse sino directamente ser quemados y fundidos.
Pues el mismo texto bíblico nos dice “… hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos.” Ambos textos correspondientes al capítulo 20 del Éxodo.
¿Pero cómo opera esta liberación de las consecuencias pasadas y futuras del pecado?
Dejemos que el texto hable, 1ra de Juan 2:1
“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Yeshúa el justo.”
Es natural que todos tengamos una noción del trabajo de un abogado, pero refrescar el concepto bíblico no estará de más. Un abogado es una persona con conocimiento legal que ayuda a aquel que se encuentra frente a una corte. No es quien está en la dificultad frente a la justicia, sino quien ayuda con su ciencia a aquel que está en problemas. Es natural entender que en este caso el pecador se encuentra en problemas, como consecuencia de lo que ha hecho, de sus pensamientos y acciones. Por ello frente al Padre, quien es el Juez supremo de todas las cosas, el pecador sólo podría ser reo de muerte, por lo cual jamás podría ser abogado de sus actos. Sin profundizar en demasía en lingüística es interesante conocer el significado de la palabra que fue traducida como abogado. Esto es el vocablo griego “parakletos”, de “para” que significa estar al lado y “kaleo” que significa levantar la voz, hacer un llamado. Por esto es que Yeshúa encontrándose al lado del pecador arrepentido, levanta su voz clamando el perdón al Padre.
Y ese clamor alcanza no solamente a los pecados cometidos por el pecador arrepentido, sino que limpia las consecuencias de las transgresiones cometidas quizás decenas de años en el pasado por los antepasados. Por ello es que la sangre de Yeshúa “limpia de todo pecado”. No hay, en consecuencia, maldiciones generacionales que nos puedan alcanzar cuando llegamos a los pies del Señor buscando su auxilio.
Ahora bien, muchas veces he tenido que explicar que aquí no concluye la cuestión. Pues algunos creen que con pasar al frente del escenario y hacer una oración comunitaria aceptando a Yeshúa es suficiente.
No. Ese es el primer paso.
Pero si luego no cambiamos nuestro caminar. Si la vida de pecado no es reemplazada por una vida de Luz, entonces ese primer paso puede quedar tan solo como un grato recuerdo. Por ello el autor nos dice, cap. 2:4 al 6
“El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de YHWH se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.”
Podemos eliminar de nuestras vidas cualquier maldición generacional. No es necesario recurrir a un cabalista o colocar amuletos en nuestros cuellos o cintas en nuestras muñecas. Solamente debemos renunciar al pecado confesándolo y pedir a Yeshúa que nos limpie de toda transgresión. Pedirle que eleve su voz intercediendo por nosotros como el mejor abogado. Caminar conforme a su palabra es el paso siguiente y la garantía de una vida plena, sirviendo al Creador del Universo.
Ricardo.
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